martes, 13 de mayo de 2014

Confirmación y estilo

Todos queremos lo mejor para ella" confirma a Mar Coll no como una joven a seguir, sino como una cineasta mayor”. Estaba dándole vueltas a esta idea para dar comienzo a mi texto cuando, de casualidad, me he topado con esta frase con la que Javier Ocaña cierra su crítica en (http://cultura.elpais.com/cultura/2013/10/24/actualidad/1382636942_893949.html) y, puesto que describe de manera tan certera mis propios pensamientos, he visto innecesario reformularla. Aunque Tres Días con la Familia (2009), su ópera prima, tenía categoría suficiente para considerar a Mar Coll algo más que una cineasta con potencial para grandes cosas, siempre es bueno que la segunda película te confirme que no fue un momento de inspiración pasajero, que nos encontramos ante una cineasta con talento y mirada propia.


La película comienza mostrándonos una mujer con minusvalía. A lo largo del metraje se le va explicando al espectador en pequeñas dosis y con elegancia que Geni, nuestra protagonista, ha tenido un accidente de coche que le ha dejado secuelas tanto físicas como psíquicas, y que estas la obligan a replantearse su vida. La consecuencia es que, alentada por la condescendencia casi infantil con la que la tratan sus allegados (condescendencia que da origen al título de la película), Geni se retrotrae a su adolescencia. Una adolescencia repleta de sueños frustrados. Ese regreso a una mentalidad juvenil es espoleado por el retorno de su gran amiga de la época y cómplice de esos sueños. Mientras tanto Mar Coll continua con su radiografía familiar de la burguesía catalana que comienza en su ópera prima. La inteligencia de un buen guion universaliza los problemas de esta familia a cualquier otra clase social y/o región, gracias a magníficos diálogos y personajes secundarios, entre los que me permito destacar a una de sus hermanas, interpretada por Ágata Roca, cuyo genial personaje ofrece algunos de los momentos cómicos (numerosos a lo largo del film) más logrados.


Es inevitable la comparación con La Herida (Fernando Franco, 2013) por simultaneidad, por temática, por coincidencia del protagonismo absoluto de un personaje femenino con problemas relacionados con la salud dónde, tanto Marian Álvarez en La Herida, como Nora Navas en Todos queremos lo mejor para ella, nos regalan sendas interpretaciones magistrales. Pero hay diferencias en el planteamiento formal y sobretodo en la mirada. Mientras a Fernando Franco le interesa la cotidianidad de su protagonista, y se centra en la problemática, Mar Coll nos muestra un estado de transición. Un cambio. Y este viaje que compartimos con la protagonista nos retrotrae a esa madrileña odisea nocturna de un ama de casa, protagonizada también con maestría por Carmen Machi, que se llama La Mujer sin Piano (2009, Javier Rebollo). Otra vez una mujer protagonista, otra vez su punto de vista respetado férreamente, otra vez una afección que trastoca su estado de ánimo. Y un viaje del que ya no hay vuelta atrás pues, parafraseándome a mi mismo cuando escribí sobre La Mujer sin Piano, una vez abres los ojos puedes volver a cerrarlos, pero eso no borra lo que has visto. Sin embargo Mar Coll concede una oportunidad a su protagonista y abre más el final. Es un momento magistral en el que, por primera vez, el punto de vista cambia de personaje y nos encontramos a Toni, el marido de Geni corriendo mientras la cámara en travelling lateral le persigue. Y Antoine Doinel revolotea alrededor.







Miguel González Esteban

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