“Todos queremos lo mejor para ella" confirma a Mar Coll no como una
joven a seguir, sino como una cineasta mayor”.
Estaba dándole vueltas a esta idea para dar comienzo a mi texto
cuando, de casualidad, me he topado con esta frase con la que Javier Ocaña cierra su crítica en
(http://cultura.elpais.com/cultura/2013/10/24/actualidad/1382636942_893949.html)
y, puesto que describe de manera tan certera mis propios
pensamientos, he visto innecesario reformularla. Aunque Tres
Días con la Familia (2009),
su ópera prima, tenía categoría suficiente para considerar a Mar Coll algo más que una cineasta con potencial para grandes cosas,
siempre es bueno que la segunda película te confirme que no fue un
momento de inspiración pasajero, que nos encontramos ante una
cineasta con talento y mirada propia.
La película comienza mostrándonos una mujer con minusvalía. A lo
largo del metraje se le va explicando al espectador en pequeñas
dosis y con elegancia que Geni, nuestra protagonista, ha tenido un
accidente de coche que le ha dejado secuelas tanto físicas como
psíquicas, y que estas la obligan a replantearse su vida. La
consecuencia es que, alentada por la condescendencia casi infantil
con la que la tratan sus allegados (condescendencia que da origen al
título de la película), Geni se retrotrae a su adolescencia. Una
adolescencia repleta de sueños frustrados. Ese regreso a una
mentalidad juvenil es espoleado por el retorno de su gran amiga de la
época y cómplice de esos sueños. Mientras tanto Mar Coll continua
con su radiografía familiar de la burguesía catalana que comienza
en su ópera prima. La inteligencia de un buen guion universaliza los
problemas de esta familia a cualquier otra clase social y/o región,
gracias a magníficos diálogos y personajes secundarios, entre los
que me permito destacar a una de sus hermanas, interpretada por Ágata Roca, cuyo genial personaje ofrece algunos de los momentos cómicos
(numerosos a lo largo del film) más logrados.
Es inevitable la comparación con La Herida (Fernando Franco, 2013)
por simultaneidad, por temática, por coincidencia del protagonismo
absoluto de un personaje femenino con problemas relacionados con la
salud dónde, tanto Marian Álvarez en La Herida, como Nora Navas en
Todos queremos lo mejor para ella, nos regalan sendas
interpretaciones magistrales. Pero hay diferencias en el
planteamiento formal y sobretodo en la mirada. Mientras a Fernando Franco le interesa la cotidianidad de su protagonista, y se centra en
la problemática, Mar Coll nos muestra un estado de transición. Un
cambio. Y este viaje que compartimos con la protagonista nos
retrotrae a esa madrileña odisea nocturna de un ama de casa,
protagonizada también con maestría por Carmen Machi, que se llama
La Mujer sin Piano (2009, Javier Rebollo). Otra vez una mujer
protagonista, otra vez su punto de vista respetado férreamente, otra
vez una afección que trastoca su estado de ánimo. Y un viaje del
que ya no hay vuelta atrás pues, parafraseándome a mi mismo
cuando escribí sobre La Mujer sin Piano, una vez abres los ojos
puedes volver a cerrarlos, pero eso no borra lo que has visto. Sin
embargo Mar Coll concede una oportunidad a su protagonista y abre más
el final. Es un momento magistral en el que, por primera vez, el
punto de vista cambia de personaje y nos encontramos a Toni, el
marido de Geni corriendo mientras la cámara en travelling lateral
le persigue. Y Antoine Doinel revolotea alrededor.
Miguel González Esteban
Miguel González Esteban
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